El Padre Slavko en su libro Oren con un corazón gozoso, nos recomienda que en los grupos de oración, además de rezar el Rosario y leer las Sagradas Escrituras, se hable abiertamente sobre nuestras experiencias con Dios en la oración.
Una vez se ha construido esta confianza, es cuando se puede hablar libremente sobre lo que sucede en nuestros corazones, y entonces se produce ese gozo y comunión. Así los carismas tienen la oportunidad de crecer.
“Es muy fácil formar un grupo de oración, la clave es una persona que se decida a orar, y luego busque a otra persona para que se le una. Si después de preguntar a nuestro alrededor nadie quiere añadirse al grupo de oración, entonces debemos acudir a los ancianos o a los enfermos y preguntarles si nos permiten visitarlos quizás una vez por semana para rezar el Rosario con ellos…”
Padre Slavko
Los grupos de oración son necesarios para aprender a orar, y ayudan a permanecer en el camino correcto. También es importante contar si es posible con la presencia de un sacerdote o que por lo menos acompañe ocasionalmente al grupo para que éste no se desvíe en su proceder.
Es recomendable reunirse en el mismo lugar y fijar un día y una hora que convenga a la mayoría. En esos grupos no se deben incluir mensajes o revelaciones privadas o personales de los miembros del grupo ni de otras personas o videntes que no cuenten con la debida aprobación de la Iglesia.
Finalmente, para que el grupo de oración crezca en compromiso y profundidad, es imprescindible la oración personal diaria de cada uno de los miembros y la ayuda de unos por otros.
El mismo Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2689 comenta que “los Grupos de oración, o escuelas de oración, son hoy uno de los signos y uno de los acicates de la renovación de la oración en la Iglesia”
Y el Papa Benedicto XVI en su encuentro con los Obispos de Suiza el 9 de noviembre del 2006 comentó “Debemos multiplicar esas escuelas de oración, donde se enseñe a orar juntos, donde se pueda aprender la oración personal en todas sus dimensiones: como escucha silenciosa de Dios, como escucha que penetra en su Palabra, que penetra en su silencio, que sondea su acción en la historia y en mi persona; comprender también su lenguaje en mi vida y luego aprender a responder orando con las grandes plegarias de los Salmos del Antiguo y del Nuevo Testamento”.